LA
MALDICIÓN DE TUTANKAMÓN
A principios del siglo XX la mayor parte de la historia del antiguo Egipto era desconocida para la mayoría de la población. Poco se sabía de aquella época, y menos aún de la mayor parte de los faraones egipcios.
Aunque se asocien las Piramides
de Egipto con los enterramientos de los faraones, lo cierto es que solo se
usaron en el Antiguo Egipto entre las dinastías III (2650 a. C.) y
XIII (1750 a. C.), pero ya en la dinastía XVIII
(1300 a. C.) se prefería excavar grandes tumbas con varias salas en
el interior de parajes escarpados, Valle de los Reyes. Estas salas se decoraban
y llenaban de valiosos objetos y en ellas se depositaba el cuerpo embalsamado
de los faraones, dentro de un sarcófago.
La tumba de Tutankamón de la dinastía
XVIII permaneció oculta durante más de tres mil años. Existen evidencias de que
fue sacada y luego restaurada en los meses posteriores a su enterramiento, pero
el cambio de dinastía, y la tierra desplazada de los desescombros de otras
tumbas próximas provocó que un siglo después del enterramiento de Tutankamón,
el emplazamiento de su tumba o incluso la misma existencia del faraón habían
sido olvidados. Los ladrones de tumbas de las dinastías XIX y XX incluso
llegaron a construir algunas cabañas encima de la tumba sin sospechar de su existencia.
Descubrimiento de la Tumba
En la década de los años 1920, el egiptólogo Howard Carter descubrió la existencia de un faraón de la XVIII dinastía hasta entonces desconocido, y convenció a Lord Carnarvon para que financiase la búsqueda de la tumba que se suponía intacta en el Valle de los Reyes. El 4 de noviembre de 1922 se descubrieron los escalones que descendían hasta una puerta que aún mantenía los sellos originales. El 26 de noviembre, en presencia de la familia de Lord Carnarvon, se hizo el famoso agujero en la parte superior de la puerta por el que Carter introdujo una vela y vio según sus palabras «cosas maravillosas». La tumba, luego catalogada como KV62, resultó ser la del faraón Tutankamón y es la mejor conservada de todas las tumbas faraónicas. Permaneció prácticamente intacta hasta nuestros días hasta el punto que cuando Carter entró por primera vez en la tumba, incluso pudo fotografiar unas flores secas de dos mil años atrás que se desintegraron en seguida.
Después de catalogar todos los tesoros de las cámaras anteriores, Carter llegó a la cámara real donde descansaba el sarcófago del faraón desde hacía tres mil años. Y entonces empezaron a morir personas que habían visitado la tumba, lo cual es conocido popularmente como la Maldición del faraón
Primeras muertes
En marzo de 1923, cuatro meses
después de abrir la tumba, Lord Carnarvon fue picado por un mosquito y poco
después se cortó la picadura mientras se afeitaba, causando que la infección se
extendiese por todo el cuerpo. Una neumonía atacó mortalmente a Lord Carnarvon,
que murió la noche del 4 de abril. Se cuenta que a la misma hora de su muerte,
la perra de Lord Carnarvon, Susie, aulló y cayó fulminada en Londres. Además,
cuando Lord Carnarvon murió, en el Cairo hubo un gran apagón que dejó a oscuras
la ciudad.
Poco más necesitó la prensa
inglesa para airear las leyendas de la maldición de los faraones. Incluso
algunos afirmaron que en un muro de las antecámaras estaba escrito: «la muerte
vendrá sobre alas ligeras al que estorbe la paz del faraón», aunque en realidad
esta frase nunca apareciese en las detalladas notas de Carter y el muro fue
derribado para entrar en la tumba. Sir Arthur Connan Doyle se declaró creyente
en la maldición, la escritora Marie Colleri afirmó tener un manuscrito árabe
que hablaba de la maldición y el arqueólogo Arthur Wiegll publicó oportunamente
un libro sobre la maldición de los faraones.
A la muerte de Lord Carnarvon
siguieron varias más. Su hermano Audrey Herbert, que estuvo presente en la
apertura de la cámara real, murió inexplicablemente en cuanto volvió a Londres.
Arthur Mace, el hombre que dio el último golpe al muro, para entrar en la
cámara real, murió en El Cairo poco después, sin ninguna explicación médica.
Sir Douglas Reid, que radiografió la momia de Tutankamon, enfermó y volvió a
Suiza donde murió dos meses después. La secretaria de Carter murió de un ataque
al corazón, y su padre se suicidó al enterarse de la noticia. Y un profesor
canadiense que estudió la tumba con Carter murió de un ataque cerebral al
volver a El Cairo.
Al proceder a la autopsia de la
momia se encontró que justo donde el mosquito había picado a Lord Carnarvon,
Tutankamón tenía una herida. Este hecho disparó aún más la imaginación de los
periodistas, que incluso dieron por muertos a los participantes en la autopsia.
En realidad, excepto el radiólogo, los demás miembros del equipo vivieron
durante años sin problemas, incluido el médico principal. El mismo descubridor
de la tumba, Howard Carter, murió por causas naturales muchos años después.
A principio de la década de los
30, los periódicos atribuían hasta treinta muertes a la maldición del faraón.
Aunque muchas de ellas eran exageraciones, la casualidad parecía insuficiente
para explicar las demás. La falta de más escándalos y muertes extrañas disipó
poco a poco el interés de los periodistas los siguientes treinta años.
La maldición reaparece
En las décadas de 1960 y 1970 las
piezas del Museo Egipcio del Cairo se trasladaron a varias exposiciones
temporales organizadas en museos europeos. Los directores del museo de entonces
murieron poco después de aprobar los traslados, y los periódicos ingleses
también extendieron la maldición sobre algunos accidentes menores que sufrieron
los tripulantes del avión que llevó las piezas a Londres.
La última víctima atribuida a la
maldición fue Ian McShane: durante la filmación de la película en los años
ochenta sobre la maldición, su coche se salió de la carretera y se rompió
gravemente una de las piernas.